En cada paso de este hombre surge alguna historia, cada frase suya encierra un fragmento de la vida del equipo cardenal.
Hay que verlo caminar con su camiseta para sentirlo, escudriñar su memoria para saber que aprendió, ya nadie sabe cuándo, a ver el mundo en blanco y rojo. “Simplemente, un día de 1.948 me enamoré de ese equipo que ví jugar en Bogotá, de ese que fue campeón por primera vez”, dice, con una firmeza incuestionable, Hernando Ramírez, el fanático característico, la cabeza de la barra que hizo fa-moso el ‘Tá, tá, tá’ de una corneta que nunca para de sonar, que pareciera gritar ‘San – ta – Fe’ una y otra vez.
Tá, tá, tá… Tá, tá, tá… Tá, tá, tá… “Llegué a
Cinco mil personas se comieron esta exuberante muestra de fidelidad que él mismo transportó en un camión hasta un vasto salón de Corferias donde empezó una fiesta casi interminable.
25 veces 25…
“
Tá, tá, tá… Tá, tá, tá… Tá, tá, tá… Hernando Ramírez, a sus 74 años, da otro paso y una historia más pasa por su mente. Sus dedos señalan el álbum, las fotos con ídolos de por lo menos tres décadas, los recortes de los periodicos con juegos de los últimos 57 años…
Por supuesto, ahí está el más grande, Alfonso Cañón, ahí se ven Hugo Ernesto Gottardi, Sergio Angulo, Adolfo Valencia… Una romería de personajes que acudieron al estadio e incluso a su casa y a su pastelería y que nunca fallan cuando su memoria los llama a lista.
Barra de caballeros
¿Y el claxon? Suena igual, pero se ve distinto. En otros tiempos, desde los años 70, cuando empezó a sonar, era un tanque rojo y blanco con el nombre de la barra en su costado y dos cornetas brillantes. Hoy, el tanque de
“Desde que empezó a sonar, jamás ha parado. A veces, según la emoción del juego anterior, debemos recargarlo antes de cada partido”, asegura, y recuerda las condiciones inquebrantables de
También, para estar en
Tá, tá, tá… Tá, tá, tá… Tá, tá, tá… Ese sonido insistente, penetrante, hace dos meses que no se escucha en Bogotá. “La violencia nos alejó de otros estadios, alejó de El Campín a muchos miembros de la barra, es la mayor diferencia entre el fútbol de antes y el actual y, ahora, nos quitó los símbolos de la fiesta. No podemos entrar el claxon ni llevar las pancartas y las banderas”, se lamenta un hombre que ha puesto sus sentimientos a prueba de tormentas y de inclemencias.
Un fanático que hoy, poco después de viajar a Medellín con el equipo, sigue viendo el mundo en blanco y rojo, como al principio, y cree en un título que no celebra hace mas de 30 años como si lo presintiera. “Es que el fútbol nunca da tristezas. Solo alegrías”.
Tá, tá, tá… Tá, tá, tá… Tá, tá, tá…