alt

Aquel jueves 3 de septiembre de 2011, esos 4 mil fieles de siempre presenciaron un hecho histórico. No lo sabían. Ese frío jueves, Santa fe caía derrotado 1-2, en El Campín, ante Once Caldas. Si se quiere una premonición de lo que se venía un mes después, pero ese hecho resultó, al final, ser una simple anécdota.

Ese día fue histórico, digo, porque los fieles de siempre pudieron ver, por última vez, a Léider Preciado y a Agustín Julio jugar un partido profesional. Lo hacían con la camiseta de ese Santa fe que tanto les dio y al que tanto le dieron, por más de una década. Y pensar, que dos días antes El Campín estuvo atestado de gente para ver un partidito de Copa Internacional.

Con Santa fe nunca se sabe cuándo será una fecha imborrable. Como aquel 16 de septiembre de 2004. Ese miércoles Léider Preciado silenció las voces de los infames, con lo que mejor sabía hacer: goles. Ese día venció el dolor, por la pérdida de un hermano, y entró en los corazones de los fieles. Hay que tener valentía, y huevos, para pararse en una cancha de fútbol con dolor en alma y besar una camiseta.

Y es que, a veces, los ídolos en el fútbol se gestan lejos de una cancha. Agustín Julio, por allá en 2004 llegaba a los entrenamientos de Santa fe con una maleta Totto, fea como pocas, pero siempre con una sonrisa grande como sus manos de arquero. Su alegría lo destacó toda su carrera. Al rojo llegó después de pagar peaje en el torneo del Olaya. Heredó el arco de Rafel Dudamel. En febrero del 1997 se apropió de la portería. Ni él sabía que el 18 de noviembre de 2009 haría tocar el cielo a miles de santafereños.

Qué noche fue esa noche. Con esas benditas manos Agustín supo tapar ese penal a Germán Centurion. Esas benditas manos separaron a los hinchas de una tristeza única e indescriptible. Minutos después, como si fuera poco, esas benditas manos supieron detener otro penal, esta vez para darle un pasaje sin escalas a la tierra de la felicidad a los 40 mil afortunados que gritaron hasta las lágrimas aquel título. Si cree, que estas palabras son exageradas, usted no estuvo en El Campín esa noche mágica.

Noches inolvidables. Fechas inolvidables. Recuerdos inolvidables. Pero sobre todo personas inolvidables. En una época donde los jugadores de fútbol son cada vez más efímeros, donde saben más de redes sociales que del juego. Donde alcanzar algo de dinero es más importante que alcanzar la gloria, personas como Léider Calimenio Preciado Guerrero y Agustín Julio Castro dejan el fútbol dejando un tesoro tan valioso como el oro:  el aprecio eterno de una hinchada, que nunca los olvidará.

El sábado 5 de mayo de 2012, los hinchas y la institución le darán un homenaje a estos dos emblemas. No los despedirá. Porque, amigo, un ídolo nunca se despide. Nunca se retira. ¿O acaso, hincha de Santa fe, usted no le contará a sus nietos (si es que tiene) que el 16 de septiembre de 2004, Léider Preciado acalló a la infamia y besó un escudo? ¿No le contará, que el 19 de noviembre de 2009, Agustín Julio le permitió, por fin, conocer el significado de las palabras lágrimas de alegría?

Léider, Agustín, y perdón por llamarlos por sus nombres (y por escribir en primera persona), agradecerles por todas las alegrías es poco. Resta decirles que algún día, en una fecha muy lejana a esta, un niño con la camiseta de Santa fe hablará de ustedes, de sus hazañas y sonreirá. Porque  los ídolos nunca se retiran. Porque, señores, los ídolos son eternos.

Por: William Rincón