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La imagen que me remite a Wilsón Gutiérrez está lejos del elegante vestido de paño con la habitual corbata roja. Siempre que lo veo, recuerdo a ese central que hacia pareja con Orlando ‘la garza’ Garcés a mediados de los 90, que para la época era el goleador del equipo. Los resultados, la economía y las asistencias no acompañaban. Era un desastre.

Traigo el recuerdo a colación, porque en épocas de éxito, lo usual es subir la mirada y olvidar, sínicamente, el origen, o los precedentes, que acompañan cualquier logro. En enero de 2012, todo avalaba a Santa fe: su nómina sostenida, sus resultados positivos y su conocido, y efectivo, modelo de juego. Ya en febrero, todo era descontrol, errores y resultados regulares. Cosas de este fútbol inestable, al que nos acostumbramos.

Los resultados en las primeras 9 fechas no eran acordes ni a la expectativa, ni a la nómina, ni al proceso que se había logrado mantener. Los empates, en su mayoría, tuvieron que ver con fallas de los jugadores en ejecuciones claves: definición en ataque y conceptos primarios en defensa; sumado, claro, a ciertos vaivenes en la conducción técnica.

Ese escenario deportivo se presentó una coyuntura muy usual en el fútbol colombiano: la euforia de aquellos hinchas que quieren resultados inmediatos y continuados, (están en todo su legítimo derecho). Sumado a los ataques de ciertos sectores (por todos conocidos) que hacen su negocio mediático destabilizando.

Lejos de caer en discursos de persecuciones de prensa o presiones de la hinchada (¿eso existe?); , jugadores y cuerpo técnico optaron por el camino más simple: callar y trabajar. Sabían cuál era la verdadera capacidad del equipo.

Se dedicaron, entonces, a mejorar las ejecuciones de jugadas específicas, los jugadores. Y buscar nuevos y mejorados modelos tácticos, el cuerpo técnico. Y así llegaron los resultados. Sí, sin dar entrevistas o ‘tuitear’: con entrenamientos y buenos partidos.

Sí, estamos de acuerdo en decir que, la obligación de Santa fe era clasificar de forma holgada a los cuadrangulares. Pero esa obligación no le resta mérito al proceso y las circunstancias que llevaron al grupo humano a conseguir ese primer objetivo. 

Ahora,  hay que decir que Santa fe aún no ha llegado a su tope futbolístico. Aún puede brindar nuevas variantes tácticas que lograrían mejorar su rendimiento, con miras a los cuadrangulares.

Por ejemplo: darle mayor responsabilidad al 9 de área, para que salga de la referencia de los centrales, cuando el rival defienda cerca del arquero (casos concretos: Itagüí, Quindío, Envigado en El Campín) y que los volantes lleguen a posición de gol. Ó en fase defensiva, soltar a uno de los volantes del doble 5 para que apoye al lateral izquierdo en la marca del puntero y lateral del rival, que usualmente gestan sus ataques por esa zona.

Que Santa fe, a una fecha de finalizar el torneo regular, tenga 29 puntos, 29 goles a favor y un estilo definido de juego, tiene que ser valorado,  por los antecedentes. Valorado porque fue de la mano de un técnico bogotano que por primera vez tenía un equipo a su mando, no como interino.

Valorado porque el grupo de jugadores demostró que el mejor apoyo a una gestión técnica no es hablando, es ganado. Y valorado porque, así fuera por obligación ó falta de plan B,  los directivos se la jugaron por la continuidad de un proceso, con lo complejo que es en el contexto del fútbol profesional colombiano.

En definitiva,  continúa esa tendencia de tener a Santa fe como protagonista. Pensar que en la época de ‘la Garza’ Garcés y ‘el Capi’ Gutiérrez, más que protagonistas éramos sobrevivientes. La mejor forma de valorar los logros es conociendo los antecedentes, y sabiendo que ninguna clasificación es una más.

Por: William Rincón