Cuando se levantó Álvaro Francisco el puñado de cardenales que estábamos en esa fría tribuna contuvimos la respiración. Cabeceó y todo fue delirio. De esos únicos y memorables, de esos que uno cree que cambian la historia.

Pero no. Fue un simple bálsamo. Francisco Najera empataba un clásico contra la suplencia de Millos en el último minuto, de ir abajo por dos goles lograron empatar, agónicamente. En ese tedioso segundo semestre de 2007, Santa Fe supo ser último en un torneo corto.

 En sólo siete años, el querido Santa Fe comenzó a sufrir el síndrome del nuevo rico. Y que se entienda cada palabra: como el emprendedor que lo intentó y lo intentó, que falló y falló, pero nunca se dio por vencido, perseveró y perseveró, aprendió de los errores hasta que le sonó la flauta y encontró el éxito.

Es difícil de digerir, pero la historia de Santa Fe cambió. A partir de los éxitos. A partir de una gestión llena de certezas, llena de coherencia y sobre todo llena continuidad.  Es tiempo de aceptar que Santa Fe dejó de ser ese equipo entrañable, el de las pequeñas y recordadas proezas, el de la mística del derrotado.

Y como el exitoso empresario: siempre quiere más. Ya no se conforma con llevar a su familia a Melgar, es tiempo de conocer Paris. Ya no hay tiempo para las pequeñas victorias, para los empates pírricos y memorables. No. Este Santa Fe se volvió continental y eso trae consecuencias lógicas.

Quien escribe es de la generación noventera donde había máximo dos hinchas de Santa Fe por curso. A lo sumo diez por colegio. Éramos pocos y nos tenían cierta simpatía porque era usual que los lunes llegábamos cabizbajos. Claro, cuando había una de esas victorias llenas de mística cardenal hasta la coordinadora de disciplina escuchaba la historia.

Ese recuerdo es cada vez más lejano y nostálgico. Hoy, en los salones, a la edad que uno define de qué equipo es hincha, prende el televisor y ahí está Santa Fe. Que luchó contra Vélez, que eliminó al Gremio, que pierde finales. Que siempre está clasificado.

¿Se imagina, apreciado lector, al niño que está en San Andrés y le apasiona el fútbol de quién será hincha en poco tiempo? Sí, la historia se repite: el éxito atrae. Llama. Y ni hablar de aquellos que siempre estaban, pero no eran confesos. Esos merecen todo el respeto y la palabra de bienvenida.

En la década de los ochentas y noventas nacieron nuevos ricos en el fútbol colombiano. Que llamaron a las masas. Pero tenían ‘mecenas’. Patrocinadores que hoy están muertos o pagando condenas. Son esos ricos que encontraron la lámpara de los tres deseos. Santa Fe es ese rico que pagó sus culpas y volvió a su lugar histórico a fuerza de trabajo y de la mano de César Pastrana (con quien uno puede tener mil diferencias, pero no deja de reconocer que es dirigente más importante de la historia).

Hay que aceptarlo con cierta nostalgia, amigo. Santa Fe siempre será el equipo de la garra y de la entrega, con historia y capacidad, simplemente se cargó de obligaciones. Como el nuevo empresario exitoso que ya no llega a casa a compartir, simplemente sigue y sigue facturando.

Y las discusiones aumentan cada vez con menos respeto. Al fin y al cabo cada quién es dueño de sus expectativas. Y el fútbol cada vez es más histérico. Se juega  de domingo a domingo. La televisión manda. Siempre obligados a ganar, como sea.

Mientras la convulsión del éxito manda, tome un respiro y recuerdo el gol de Álvaro Francisco y sonría. Porque la historia cambió y fuimos testigos privilegiados.

Por: William Rincon