Aplaudeequipo

Cómo nos gusta cuantificar todo. Cómo nos encanta sentir la seguridad de que una fría cifra respalde todo a nuestro alrededor, así sea algo tan cualitativo como la pasión por un equipo de fútbol.

Y claro, encontramos todavía más placer al irrespetar a un semejante, con el lascivo propósito de validar nuestras convicciones. No importa que ese lejano semejante comparta con nosotros algo tan valioso como el amor por Santa Fe. No importa.

“Qué somos 5 mil, siempre”. “Qué en partidos importantes 20 mil”. “Qué en las finales si somos 40 mil”. “¿Qué, dónde están los 35 mil que pelearon por un puesto en la final?”… Frías cifras. Números que nos cuentan como ganado, como consumidores, pero que dan espacio para la reprochable estratificación del hincha. Intentan cuantificar, así, la relación que un individuo pueda tener con el equipo.

A fuerza de demagogia, lugares comunes, imágenes icónicas de otros países y mucha televisión, muchos han intentado inyectar el triste paradigma de, “al equipo sólo se lo alienta (disfruta) en el estadio”. Como si el cariño por algo tan grande como Santa Fe se puede medir así de fácil.

Entonces, en medio tanta violencia de ideas, reducen la trascendencia de un equipo como Santa Fe al aforo de un estadio. O peor: a la asistencia a un partido. Y enarbolan armas (insultos) contra aquellos que no veneran el paradigma del ‘estadio’. Irrespetan, sagradamente, con término acuñado del humo de los argentinos: el nefasto ‘clasiquero’.

Puedo (y quiero) caer en el trascendentalismo barato, para explicar lo que significa, para mí, otro hincha. Se ha escrito mucho de la abnegación, de la tradición, de la herencia, de la mística que implica ser cardenal. Yo lo valoro como un cómplice. Sí un cómplice, ese que sin estar siempre entiende esa complejidad de ser hincha de Santa fe.

No importa que haya sido por un solo día hincha de Santa Fe. No importa que en los tantos momentos de crisis haya abandonado el barco. No importa. Todo porque, en algún momento, por corto que fuera, tomó la decisión de apoyar a Santa Fe. Así sea por un segundo, entró en esa mística, tradición y herencia y eso se respeta. Y fue mi cómplice.

Enfrascados, como viven miles, en la constante lucha contra rivales futboleros (que también sobredimensionan) sienten que pierden su batalla del irrespeto y la violencia al ver poca asistencia en el estadio. En ese punto, voltean su mirada contra aquel que por cualquier motivo se niega (o no puede) asistir o alentar al equipo, olvidando sínicamente que le hablan a alguien que comparte algo tan valioso como el amor por una institución que trasciende, por lejos,  a una simple boleta.

(Valga decir que cada quien es libre de escoger sus batallas y sus enemigos y, si quiere, utilizar a Santa Fe, como un vehículo para violentar otro ser humano, pensando que está defendiendo una tradición, un cariño, o una institución).

Tomé la decisión, hace muchos años, de ver los partidos del rojo en El Campín la veces que pudiera: porque puedo dirigir al equipo tácticamente, sin que los jugadores me escuchen; porque puedo intercambiar ideas con el árbitro (sic), porque nada se compara a ganar un partido en el último minuto y, así, poder fundirme en un abrazo con cientos de personas que no conozco, pero son mis cómplices. Fue mi decisión, fue individual y me obligué a entender y respetar la de los demás.  

Ir al estadio es un servicio, no más. Se pierde romanticismo con esta premisa, sí, pero no es ni más, ni menos. Así la demagogia diga lo contrario. Conozco muy bien los beneficios, y disfrute, que representa ir al estadio a ver Santa Fe, pero no soy quién para juzgar, menos irrespetar, a aquel que toma una decisión contraria, simplemente, porque, a un cómplice, a otro hincha de Santa fe (como mi viejo) me es imposible difamarlo.

Hablar de respetar decisiones individuales o  irrespeto en un país como Colombia, y en un contexto como el del fútbol es, casi, una herejía, por eso el molesto uso de la primera persona. Pongo nombre y apellido para afirmar que, no puedo con eso de cuantificar la pasión de un hincha de Santa Fe.

Por: William Rincón
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