Recuerdo con tanta lucidez, como si hubiese sido ayer, cada una de las palabras que repetía sin cesar mi padre cuando era pequeña, reforzando en nosotros –mi hermano y yo– la idea de jamás perder la Fe.

Crecimos aguantándonos cada una de las burlas de nuestros rivales y sobreponiéndonos a ello; manteníamos la esperanza que “este año sí”.

Hoy me nace escribir porque me siento abrumada por la situación actual de mi querido club. El que me ha forjado una idea distinta de cómo asumir los problemas en la vida y me ha enseñado que jamás debemos perder la fe.

Lamentablemente, el romanticismo termina donde la realidad aparece, y la realidad hoy día es que nuestro querido fútbol, como todos, mueve a su alrededor una serie de lucha de poderes que ni el más enamorado de este deporte alcanza a dimensionar.

A esta lucha de poderes se suman una serie de rumores que se ‘cocinan’ alrededor de nuestra situación actual: desde brujería por parte de exjugadores, hasta cartas de agradecimiento al espíritu santo represadas con un sinfín de consecuencias.

Lo que rodea el fútbol va más allá de once hombres detrás del balón. Recae en lo sagrado. Y cuando hablo en lo sagrado, me refiero a la fe y el amor casi que idílico que rodea a un equipo de fútbol, partiendo desde una tradición familiar heredada o en la rutina de cada domingo, enmarcada en un agradecimiento al cielo por cada gol o título alcanzado.

Pero hoy, el romanticismo se acaba con la injusticia que nos muestra la vida. En el fútbol como en la vida, he aprendido que los momentos buenos o malos no pueden ser para siempre. Para no ir muy lejos, muchos de nuestros familiares o amigos partieron de este mundo creyendo que las malas nunca terminarían, pero terminaron y alcanzamos los grandes estandartes del fútbol suramericano.

Se volvió común salir con tu camiseta de Santa Fe por alguna ciudad del continente y que todos supieran quién era el ‘León Bogotano’, así como cada año planear un viaje internacional para ir detrás del equipo que quería seguir haciendo historia. Pero nada es para siempre.

 

Foto: @JoseFalla_R

Como muchos sabrán, este año, varios hinchas y yo nos hemos debatido en un mar de ideas de no quedarnos quietos mientras el barco se hunde. Para muchos, fue motivo de burla el intentar reunir Santafereños, que como yo, les dolía lo que pasaba. Hicimos ruido, pero no el suficiente para que todos dejaran a un lado sus egos y lográramos dar el sacudón que hace más de año y medio buscamos.

Pero también la realidad es que como hinchas no tenemos voz ni voto para un club que, como todos, mueve dinero e intereses económicos en los que solo aportamos un muy pequeño porcentaje con nuestros abonos.

Y si la vida no es justa, el fútbol sí que menos, en especial para esos que hoy estamos abrumados por todo lo que está sucediendo, mientras que para dirigentes y futbolistas, esto es simplemente un trabajo o un ingreso. Tampoco es justa la vida porque pasamos 37 años esperando una estrella.

Nuestro corazón es más fuerte que el de cualquiera y hoy nos asomamos a un abismo doloroso del que no vemos salida.

No es justa porque personas como mi papá o como sus hijos, que conocieron al Santa Fe glorioso, no merecen esto que estamos pasando.

Nos sumimos en lo profundo de los peores momentos históricos sin poder hacer nada, pero hoy mi invitación es a sobreponernos a esas injusticias de la vida y, como hinchas, comprometernos con hacer lo que esté en nuestras manos para salir de ésta mala racha.

Bien me decía un amigo, “al amor se le defiende a capa y espada”, por eso acá estamos y estaremos, dando la cara para salir de este trago amargo que hoy nos embriaga.

Siempre contigo, Santafecito Lindo.

Una hincha fiel.

Por: Natti Cristancho