altLA PASION DE LOS HINCHAS CARDENALES ES MUY DISTINTA A LO QUE MUCHOS PIENSAN Y EN REALIDAD HAY QUE VIVIRLO PARA SENTIRLO…

Domingo a domingo, la pasión de los hinchas santafereños recorre sus venas, el madrugar para alistar todo lo que necesitan no es para ellos ninguna molestia.

Mientras el sol sale y algunas personas se preparan para asistir a misa, ellos se disponen para llegar a su Templo sagrado, el estadio Nemesio Camacho El Campin.

Como ellos mismos lo hacen saber por medio de sus cánticos, ya es un ritual que “todos los domingos después de almorzar se vayan para la cancha y llenen la popular”, convirtiéndose en el jugador número 12, quizás el más importante para una institución.

El tiempo pasa y la hora del ritual se acerca, los alrededores del estadio poco a poco se visten de rojo y blanco y el rugir del león se hace más fuerte.

Las voces se confunden, hinchas que piden plata para comprar la boleta y revendedores que ofrecen aquellas boletas que muchos seguidores del rojiblanco añoran.

Los minutos pasan y con estos las camisetas, gorros, bufandas, rollos, banderas se hacen notar; cánticos y barras son escuchados alrededor del Templo sagrado, los puentes y calles cada vez son más angostos y la mancha rojiblanca se hace presente.

La hora tan esperada ha llegado y en aquel túnel oscuro, un rojo se aproxima, la ilusión esta puesta en los once héroes que han saltado a la cancha y la parafernalia que tanto han preparado se hace  ver, junto aquella murga que hace retumbar sus bombos y trompetas.

El pito suena y el balón rueda mientras los hinchas recuerdan aquel Dios que siempre los acompaña y con unas cuantas persignaciones piden por su equipo del alma.

El tiempo comienza a convertirse en el enemigo más vistoso, el desespero se apodera de los hinchas y el gol no llega; pero el ánimo no se detiene pues el apoyo es incondicional, estos hinchas por medio de su voz hacen saber que “en las buenas los siguen y en las malas mucho más”.

Noventa minutos no son suficientes para expresar lo que verdaderamente se siente desde aquellas graderías que se encuentran apoderadas de la alegría o la tristeza que deja un resultado. No queda nada por decir rostros alegres, tristes, otros resignados son los que se ven después del pitazo final.

Solo queda esperar ocho días más para revivir la pasión que se lleva en el corazón por el rugir del león, ese león al que el futuro se le hace corto para cumplir las predicciones que “un día vio aquella gitana al tirar las cartas”.