SantaFe44

Para contar esta historia no he querido recurrir a los periódicos de antaño o a los anales del fútbol colombiano, la idea es compartir una historia y no hacer una reseña de un hecho sucedido en Noviembre de 1.966, hecho que materializó mi pasión y sentimiento por Santa Fe e hizo realidad mi primer sueño como seguidor de un equipo de futbol: “verlo jugar”.

Cuando La Guardia entona un canto en el que se dice no ser “provinciano”, tengo que de alguna manera hacerme el sordo, por que mis raíces me dicen que soy provinciano de verdad. Nací en Guatavita la antigua, mi pueblo que hoy yace bajo las aguas del embalse del Tominé. Mi juventud transcurrió en la población nueva hasta que tuve que radicarme por dos años en Zipaquirá para graduarme como bachiller pedagógico, luego fui profesor en la entonces floreciente Anapoima por 6 años y luego llegué a Bogotá para estudiar en la Nacional y hacerme profesional; desde entonces vivo en Bogotá pero no dejo de ir casi semanalmente a mi Guatavita. Como leen tengo razón al decir que soy provinciano de verdad.

Fue en la Guatavita antigua donde comenzó mi pasión por Santa Fe, tal vez fue un de mis primeros actos de rebeldía ante la aplastante mayoría de los infantes y adolescentes de ese entonces  que simpatizaban con las ‘gallinas’; su arrogancia ante los títulos, lo bonito del escudo y otras tonterías hicieron que rechazara de plano el compartir ese gusto. La verdad éramos muy pocos los que preferimos al rojo; “el abuelo Rozo”, “el mono” Garzón, José Lorenzo, “gafitas” y Germán “Cacao”.

Éramos casi siempre excluídos del equipo de fútbol del colegio o del equipo del pueblo por no ser de la rosca azul y la verdad no éramos tan troncos para jugar al fútbol. Pero a mi favor había algo muy positivo, el párroco del pueblo era santafereño y él era el rector del Colegio y gracias a él logré el sueño a temprana edad: ver jugar en el Campín a Mi Santa Fe, sueño que mis contemporáneos hinchas azules no lograron tan pronto. 

Noviembre de 1.966, estaba por los 10 años y el párroco programó una ida a Bogotá a ver un partido de fútbol en el Nemesio Camacho; él no iría porque el Domingo debía celebrar las misas,  pero si irían  el profesor Jaramillo y su secretario, también Santafereño, don Alejo Buitrago. El partido sería contra el Medellín.  Y fué mi fama de santafereño de verdad la que hizo que ellos me escogieran para este viaje, siempre y cuando contara con el permiso de mi casa. 

¡Me llevarían a ese partido y con los gastos pagos!. Debí usar toda mi capacidad de persuasión y de hacer promesas para lograr que mi madre me diera el permiso, eso si, sin que supiera mi padre, que además de no gustarle el fútbol en ese tiempo  jamás hubiera permitido ese viaje.   

Los días fueron eternos, contaba las horas para que llegara ese Domingo. Me imaginaba sentado en ese monumento al fútbol llamado Nemesio Camacho el Campín, estadio que describían con lujo de detalles los narradores  famosos de esa época: Alberto Piedrahita y Carlos Arturo Rueda. Fue por ellos que sabía que Santa Fe era el primer campeón, que lo dirigía Ochoa Uribe y que tenía jugadores en la selección Colombia  que estaba en Chile, el crack Alfonso Cañón que era un maestro y que ese año lo acompañaba otro fuera de serie, Maravilla Gamboa. Además, en mi mente ya tenía grabados las caras de los jugadores del León gracias a los periódicos de la época que hacían gran despliegue del fútbol y en los cuales las fotos al inicio del partido si las publicaban.

Y llegó el Domingo, el viaje lo realizamos en el único bus del pueblo, el Santa Marta de don Manuel Rozo, que era la única línea a Bogotá: Un viaje de ida en la mañana y otro de regreso en la tarde. El sueño del niño de provincia era viajar  para conocer a Bogotá pero  para mi esto no era lo importante, lo importante era el partido de mi Santa Fe. Un viaje larguísimo, tal vez 3 horas con todas las paradas que hacía un verdadero bus de pueblo. No me creerán si digo que no recuerdo si hubo almuerzo y  cuál fué, solo tengo absolutamente claro el momento en que estuve sentado en el estadio. Tribuna oriental general, hacia el centro y en la parte alta, lo que hoy es la oriental platea. 

La entrada era buena, más de medio estadio, no recuerdo a nadie en especial que estuviera sentado cerca a nosotros, lo cierto es que si había muchos radios, de esos  tipo panela con el suficiente sonido que me permitió escuchar la narración  y me ayudaron a identificar con certeza a los jugadores. Lo paradójico, la narración que escuché no era la de Piedrahita ni la de Rueda, era la de Humberto Rodríguez Jaramillo!. 

Si bien han pasado cerca de 45 años, los recuerdos son lo suficientemente claros para recordar muchos detalles de esa grandiosa tarde. Centurión el arquero, el regordete Carlos Rodríguez, los gigantes Cardozo y Antonieta, el copetín Aponte; en el medio Waltihno, Velitas Pérez y Padilla, adelante Devanni, el gran goleador y creo que los brasileños Franca y Gelson. Si me equivoco, es tal vez en uno o dos jugadores, creo que también estuvo después un brasileño alto y blanco de nombre Ary. 

Del Medellín solo recuerdo a quien nos hizo sufrir, un morocho, Nelson Cabezas que anotó dos goles y al arquero Fontán que fue la victima de los goles cardenales.  Esa tarde aprendí que a pesar de las dificultades no hay que rendirse; tres goles a cero íbamos perdiendo y llegó el gol de Devanni, si, era solo uno pero pude saltar y celebrarlo y nos llenamos de esperanzas. A centurión lo reemplazó el gordo Ayala, pero el Medellín otra vez marcó y la cosa se puso 4-1. En ningún momento existió en mí la frustración,  por el contrario, estaba muy contento de ver a Santa Fe y algo me decía que faltaba lo mejor: la reacción del León. Goles de unas saetas brasileñas, Franca y Gelson y para rematar Waltihno; todo fué alegría y júbilo rojo, no se ganó pero ese empate 4-4 era para mi una hazaña de grandes. Recuerdo al final a los jugadores del Medellín sentados en la grama, incrédulos y tristes, y a algunos jugadores de Santa Fe intentando consolarlos con una mano en el hombro. 

Como siempre ocurrirá, los momentos grandiosos pasan rápido como ráfagas de viento y el partido ya estaba terminado. Salimos del estado rápido por la 57 hacia la Caracas para no perder el bus de regreso. Volteaba a mirar hacia atrás una y mil veces, no quería borrar de mi mente ese estadio y esos momentos; en el occidente, en el cielo, el sol mostraba su ocaso, el famoso sol de los venados, pero para mí era el sol rojo, el sol de mi Santa Fe. 

En el viaje de regreso repetí muchas veces las escenas vividas y es por eso que tal vez hoy las recuerdo como si fueran de la semana pasada.  

Esta historia la cuento con mucho orgullo y utilizando palabras ajenas solo espero que la fría muerte no me encuentre con mis sueños sin cumplir y entre ellos están los de vivir la alegría y el júbilo de celebrar muchos títulos de mi Santa Fe, de nuestro Santa Fe.

Por: Carlos Enrique Prieto
Twitter: @Carloseprieto55 

Foto: Archivo El Tiempo