Velez-vs-Santa-Fe-en-vivo

Eduardo Galeano (genial escritor uruguayo) siempre le decía a sus contertulios, por lo bajo, que un partido fútbol era lo más parecido a la vida misma.

No se equivoca. Como un partido de fútbol, la vida es un compendio de momentos. Un cumulo de circunstancias que marcan a fuego a cada quien. Lejos de filosofar, o caer en el burdo trascendentalismo, hay que decir que lo que vivió Santa fe en Argentina es lo más cercano a la definición de lo qué es la vida.

Si a usted, hincha del rojo, le hubieran dicho el jueves 10 de noviembre a las 7 y 53 minutos de la noche (hora colombiana) que, como nunca, se iba a sentir orgulloso de decir en la calle que es hincha cardenal, seguramente habría insultado a su interlocutor.

Nunca había visto que Santa fe fuera avasallado futbolísticamente de tal manera. Vélez dio una cátedra de juego en 45 minutos. Presionó la salida; recuperó antes del círculo central; no sólo tocó a placer, fue preciso, punzante. Todos se movían, parecían termitas con hambre. Y para completar, en las divididas también ganaban. Les salía todo.

En él mientras tanto, los jugadores de Santa fe no entendían qué aluvión les pasaba por encima. Corrían por decantación. Perdían el balón de forma ingenua (de hecho no lo paraban). Un error tras otro. Pero habrá qué decir que mucho tenía que ver la superioridad momentánea del rival, más allá de la impericia propia.

Con dos goles abajo, mancillados, silentes e intranquilos se fueron al camerino. Lo que haya pasado en ese vestuario durante esos 15 minutos algún día tendrá que ser contado en detalle, porque de seguro fue invaluable. Los gritos, los madrazos y, por qué no, hasta los golpes que se usarían rayarían en el misticismo.

A las 8 y 07 minutos de la noche, Vargas, Roa, Centurión, Meza, Acosta, Quintero, Bernal, el ingresado Vélez, Copete, Pérez y Rodas no eran los mismos hombres que 15 minutos atrás se retiraban cabizbajos de la cancha en Liniers. Algo cambió. Algo entendieron. Algo les dijeron: sólo ellos sabrán qué fue.

No sólo corrieron y metieron como verdaderos leones, por encima de todo jugaron. Superaron al rival desde el juego, desde la tenencia de balón, desde la rápida recuperación y la precisión en la entrega. El primer gol es una obra de alta ingeniería: recuperación, 4 toques de primera, exquisitez de Omar Pérez (ese pase en cortada, de primera, es de un genio) y definición.

Y siguieron. Presionaron la salida y se perdieron opciones y no paraban de luchar. Hugo Acosta, si acaso, habrá tenido los 45 minutos más largos de su vida en ese lamentable primer tiempo, media hora después metió una habilitación con tal precisión y puntualidad, para la aparición de Copete y posterior penal.

Cogió el balón él. Porque lo merecía. Porque lo necesitaba. Pateó, gritó, miró al cielo, celebró y lloró. Por esos pequeños momentos el fútbol es lo qué es. Por personas como Omar Pérez uno se atreve a comparar la vida con un juego. Las palabras no alcanzarán para describir el acto de grandeza y valentía de este argentino, que en medio de lágrimas se convirtió en ídolo eterno de Santa fe.

Luego a luchar. Había que apretar los dientes y resistir. Santa fe optó por tener el balón, por tocar y ser inteligente. Pero llegó el momento de la injusticia. Llegó ese momento en el que por más que luches algo superior derriba las ilusiones. Un chileno robó al León y pagó una deuda con los argentinos.

Y así acabó el sueño.

En la vida te superan, te avasallan, te cargan. En la vida te equivocas, fallas. En la vida te putean para que despiertes. En la vida, cada día, luchas contra la adversidad, con más corazón que capacidad. En la vida ves cómo un rayo de luz, de victoria se apaga con la maldita mano negra de la injusticia del último minuto. En la vida el único orgullo que te queda es levantarte, limpiarte la cara y seguir luchando.

Cuánta razón tiene Galeano. En la vida el corazón siempre, pero siempre, le ganará a lógica.

Twitter: @Wrincon